Rafael Núñez
Especial para LD
Santo Domingo
En una angosta habitación de la avenida Máximo
Gómez número 25, parte atrás, en el centro de una pequeña mesa del
comedor hay un recipiente en aluminio de dos por tres pulgadas; en su
interior se guarda un puñado de azúcar moreno claro, con sabor a
caramelo, desde el fatídico jueves 4 de julio de 2002.
Inamovible desde aquel día por el celo con que se cuidan las más
esenciales pertenencias del dueño de aquella modesta moraba, se
encuentra -además- la silla que solía usar esa figura que gobernó la República por 22 años, el ciudadano que despachó y observó la forma cómo lidiaba Rafael Leónidas Trujillo con el poder y con sus enemigos.
Después de dormir dos horas, justo en la alborada, comenzaba sus
labores matinales aquel hombre austero, impresionantemente culto y
solitario. Ese día no llegó a posar las asentaderas en el lugar habitual
donde desayunaba de cara al sol. Aunque
tres sillones más completan la mesa del comedor personal, casi nunca nadie le acompañó.