Hombres que se ubican en zonas
turísticas cuentan cómo se benefician de quienes visitan la República
Dominicana buscando sol, playa y satisfacción sexual
Tiene
19 años y recibe dinero mensual de tres extranjeras. Una le puede
enviar 150 dólares, otra 100 euros. A.B. era menor de edad cuando
comenzó a relacionarse sexualmente con turistas en la playa de Boca
Chica.
Es
domingo, el cielo tiene pocas nubes y el clima es cálido. A.B. se
sienta al lado de una mujer que se broncea recostada y la corteja. No le
importa que una “novia” rusa esté en trámites de llevarlo a su país. Él
es todo un sankipanki.
—Eso
es lo que hacemos: conocer amistades, tratarlas, brindarles un buen
servicio, para que cuando se vayan, por lo menos se acuerden de uno—
dice el joven moreno, de pelo trenzado, que oculta sus ojos en unas
gafas oscuras.
Sus
palabras son una descripción simple de un sankipanki. El Diccionario
del español dominicano lo define más crudo: Hombre que se dedica a la
prostitución en las zonas turísticas. Este individuo se relaciona con
personas de cualquier sexo, pero en su mayoría mujeres.